Hay partidos que se ganan sin fútbol y sin apenas ocasiones, que se enredan tanto que se hacen incluso desagradables. Alguno, como el jugado por Leganés y Barça, que se resuelven con un tanto feo, por un autogol con todo a favor. Pero en una Liga tan larga y ajustada, con el título ya oteándose, ese gol poco estético vale los mismos puntos que un tanto bello, de videoteca, de esos para enmarcar. Tan importante es anotarlo como sea como evitar que te hagan uno. Y es en este punto cuando se agiganta la figura de Iñigo Martínez (33).
El central vasco salvó al Barça del empate del Leganés en tiempo de descuento con una acción que recordó aquella de Mascherano. Fue, sin pretenderlo, la figura del encuentro. Munir, con las piernas frescas porque había entrado avanzada la segunda parte, recibía un balón en la frontal del área y encaraba a un Szczesny vendido a su suerte. Y como un relámpago, como un caballo desbocado, como una locomotora sin frenos, tirándose al suelo a la desesperada, rebañó el balón con una limpieza exquisita. Una acción magistral, con oficio. Evitaba el empate, evitaba que dos puntos volasen. Su gesto de rabia apretando los puños y gritando era elocuente.
Una actuación final sobresaliente que protagonizaba pocas horas después de que Hansi Flick, sin que ningún periodista se lo preguntase de una manera directa, le elogiase como un líder nato. “Lo más importante es que nosotros como staff hablamos el mismo idioma que los jugadores. No es fácil. Ningún jugador nos cuestionó nada. Por ejemplo –y ahí es cuando apareció su reverencia al jugador– Iñigo, se ha adaptado y está a un nivel increíble. Es un líder absoluto y lo da todo por este club, es un gran ejemplo para el resto. Lo que él ha hecho ha sido fantástico”, soltó Flick. Unas declaraciones solapadas por el asunto de su contrato.
Nada más acabar el encuentro, muchos jugadores pero sobre todo los miembros del staff técnico le buscaron para abrazarle, para recompensarle por su excelente trabajo, por su compromiso, por ser como es hasta el último segundo. Flick le encontró y le estrujó como si hubiera el gol en una final.
El técnico es siempre agradecido, más aún con un jugador que vio como su continuidad en el Barça peligraba y que en pocos meses vio como se le renovaba el contrato. Era lo merecido. Lleva 38 titularidades en 49 partidos. Es el octavo de la plantilla. Un capitán del vestuario sin serlo. De llevar algunas temporadas más, lo sería