Carlos Alcaraz, 21 años y nº 3 mundial, y Novak Djokovic, 37 años y nº 2, se reencontraron en Nueva York después de largas semanas sin verse las caras. El serbio renunció a defender título en el Masters 1000 ATP de Cincinnati, previo al US Open, retrasando su cita con el español a los vestuarios de Flushing Meadows, del último Grand Slam de la temporada.
El sorteo quiso que Alcaraz y Djokovic no tengan que pensar en otro enfrentamiento deportivo hasta la final. Los dos últimos fueron muy intensos, con premios repartidos. El murciano refrendó su hegemonía en Wimbledon batiendo por segunda vez consecutiva al balcánico en su otrora jardín londinense.
Sin embargo, Djokovic, que se había operado durante la segunda semana de Roland Garros, donde sufrió un desgarro en el menisco de la rodilla derecha, volvió a la tierra de París para tomarse la revancha.
Cumplió su mayor sueño colgándose el oro, batiendo en la final a un Carlos Alcaraz que lloró la pérdida del metal más precioso. Hubo llanto de uno y otro, de la emoción, de lo que significaba subir a lo más alto del podio. El murciano necesitó tiempo para bajar la decepción y valorar lo mucho que significa una plata olímpica.
Sus duelos han sido "siempre buenos e intensos", analizaba Alcaraz en Nueva York, donde subrayaba tener muy clara su relación con Djokovic, pierda o gane.
"Tenemos realmente una buena relación fuera de la pista. Hablamos mucho en el vestuario cuando nos vemos por el mundo". Y eso no ha cambiado, como tampoco que "una vez entramos en la pista, no hay amigo alguno en el circuito. Eso pasa con todos. Tengo buena relación con muchos jugadores, y uno de ellos es Novak. Fuera de la pista. Dentro cambia todo".
Y no le importaría disputar otra final con Djokovic. "Nueva York es una locura. Adoro jugar aquí porque el público te da una energía que no sientes en otras pistas", concluyó Alcaraz.