Cinco de una tacada, lo que nunca nadie había conseguido. Luego llegó Armstrong y logró siete antes de que se descubriera todo el pastel. Miguel Indurain celebra este jueves su quinta victoria absoluta consecutiva en el Tour. Hace ya veinte años pero las imágenes del navarro permanecen nítidas en la memoria del aficionado. Nunca nuestro país había estado tan bien considerado en este deporte.
En el camino hacia su quinta victoria hubo varios momentos clave. La contrarreloj que se marcó Indurain camino de Lieja en compañía de Johan Bruyneel, que en su vida se vio en una tan buena. Fue a rueda del navarro, que le dejó la etapa y le proporcionó la gloria de vestir de amarillo. Pero por un día. Indurain aventajó en 50” a sus más directos rivales. Pero al día siguiente sí se disputaba la contrarreloj de verdad y ahí puso en marcha su potente maquinaria que eran sus piernas para ganar la etapa y hacerse con un liderato que ya no soltó hasta los Campos Eliseos parisinos.
Y eso que el Once, con un Manolo Saiz amante de las emboscadas dirigiendo a su equipo, le montó una buena camino de Mende después de superar los Alpes sin más agobios y con victorias de Alex Zulle en La Plagne y de Marco Pantani en L’Alpe d’Huez.
En Mende los Banesto sudaron de lo lindo para contrarrestar la ofensiva de los Jalabert, vencedor de etapa, y Mauri. El navarro neutralizó y superó a Alex Zulle, segundo en la general a 2’44”.
En los Pirineos se vivió el drama de la muerte de Fabio Casartelli, campeón olímpico en Sant Sadurní d’Anoia, bajando el Portet de Aspet. Ganó Richard Virenque y en la víspera, en Guzet Neige, lo hizo Marco Pantani. Pero nunca fueron una amenaza porque Indurain tenía el Tour bien controlado y su renta sobre Zulle seguía siendo de casi tres minutos. Remató la faena en la contrarreloj final del Lago de Vassivière, ganando por 48” a Bjarne Riis, que se aseguró el tercer peldaño del podio parisino.
No hubo sexto consecutivo porque el danés, conocido en el pelotón como ‘Mister 60%’ porque ese era su habitual nivel de hematocrito en sangre, le arrebataría tal posibilidad al año siguiente. Indurain empezó a perder ese Tour en Les Arcs, con una ‘pájara’ de cuidado, en Sestrieres el danés se puso líder y en Hautacam subió el hasta hace poco patrón del Saxo con plato grande. Ya no había nada que hacer. Pero faltaba la puntilla final en la etapa con meta en Pamplona, un homenaje al navarro. Larrau se le hizo eterno y perdió 8’30”. Pero Indurain era un señor en la victoria y en la derrota. Y eso es lo más grande de él.