Es curioso pero cierto: menos buen juego, hubo de todo en el Real Madrid - Leganés. Un partido que, quizás por eso, fue más entretenido de lo que se esperaba. Potable, al menos. Y a ello contribuyeron desde el propio equipo blanco, que se complica la vida todas las noches para hacerlas más divertidas, hasta el Leganés, que se quedó muy cerca del triplete de grandes hazañas este curso (ganar a Barcelona, Atlético y Real Madrid).
También el árbitro, González Fuertes, puso su grano de arena para la causa. Cómo no. Su aportación, con el 0-0, fue un penalti inventado a favor del Real Madrid que, eso sí, le quitó el tapón al partido. Tras ello, llegó un Panenka de Mbappé, dos goles del Leganés y hasta una pedida de mano en la grada del Bernabéu retransmitida por las pantallas del estadio. Lo dicho, menos fútbol, hubo de todo. Y menos mal.
También cine, porque el 2-2, obra de Bellingham, pareció cosa de Tarantino por lo rocambolesco. El inglés, hombre perfecto para las remontadas porque encarna como nadie esa épica que lleva consigo la camiseta blanca -metida por dentro, por supuesto- lideró el arreón blanco más por vergüenza que por otra cosa y solventó el asunto en poco tiempo. Aunque no solo, sino de la mano de un González Fuertes que siguió espolvoreando con decisiones muy polémicas el partido. Entre ellas, la falta previa al 3-2 de Mbappé y una mano de Bellingham sobre Diego García dentro del área que se fue al limbo.
Y para terminar, como gran acto final, el Madrid le dio alas al Leganés que, como muchos otros en el pasado, se vio con vida cuando miró el marcador y se dijo "por qué no". Le faltó, como a muchos otros en el pasado también, puntería. Y la cosa quedó en nada. Porque es de eso de lo que se vale el Real Madrid en estas noches, de que solo él sabe cómo funcionan. Y así, es prácticamente imposible que haya giros de guion.