Ahora el mundo del fútbol es del cuadrado, del rombo, del bloque alto, el bloque medio, el bloque bajo, jugar por fuera, por dentro, encimar, flotar o el tercer hombre. Era necesario superar aquello del “Sabino, a mí el pelotón que los arrollo” identificativo de una época donde el sistema tenía que ver más con la furia que con un despliegue táctico. La elevación de la figura de los entrenadores ha construido otro lenguaje y el aficionado baraja ya términos antes solo reservados a los profesionales. A veces cuesta de entender, pero el fútbol se ha complicado bastante en la pizarra, aunque en el campo aparezca más natural a los ojos del neófito.
La mayoría de técnicos buscan el control. El esfuerzo de los últimos años ha sido el de limar los golpes de genialidad individuales para dejarlos en el último tercio del campo y ordenar el pase y la presión en todas las otras zonas. No es extraño que Xavi diga que se siente más cómodo con el Barça de la posesión que con el del contragolpe, aunque acepte que todo es posible y hoy no se puede renunciar a nada. Si Koundé tiene un excelente desplazamiento largo es bueno aprovecharlo. Si las piernas de Raphinha, Dembélé y Lewandowski necesitan correr con espacios nadie puede coartarles y reducirlos siempre a un ataque estático. El modelo básico del estilo debe reducirse a pocos artículos, no a un tochazo de mandamientos.
El Barça debe jugar al ataque, intentar dominar el juego e ir a por el partido. Esas serían las tres características esenciales. Sobre eso pueden rizarse todos los rizos que se quieran, pero si surge la oportunidad de atacar una línea con velocidad y espacios, hay que hacerlo, orgullosos de estar jugando bien al fútbol, que es de lo que realmente se trata para ganar. Los debates estériles sobre el modelo, al estilo de ‘La Vida de Brian’, solo sirven para castigar a los enemigos ideológicos en tiempos concretos, pero al Barça no le interesan. Ganar con dos goles de contragolpe y uno de córner también es un placer.